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lunes, 17 de febrero de 2014

Sobre la enseñanza de la ciencia

“La ciencia implica una relación con los poderes políticos e industriales”

Los científicos no pueden ser los únicos que decidan sobre las políticas para el desarrollo de la ciencia, afirma Wolovelsky, quien desde esta perspectiva destaca la importancia de la divulgación científica.
Verónica Engler
El biólogo Eduardo Wolovelsky defiende la ciencia, su objetividad e incluso su enseñanza instrumental, pero discute fuertemente con las visiones celebratorias que propician una bonhomía de la ciencia a la cual el público lego debería rendirse como ante un tótem. Polemista de fuste, pero lejos de la polémica mediática más ligada al escándalo, le interesa confrontar ideas, analizar los grandes supuestos sobre los que se levanta ese gran edificio que es la ciencia moderna. Pero la ciencia como parte de la cultura, como determinante fundamental del rumbo que asumen nuestras sociedades contemporáneas, la ciencia como algo que no es sólo de incumbencia de los científicos. “El cientificismo es una ilusión peligrosa, transformar a la ciencia casi en un acto de magia religiosa que podría resolver los grandes problemas que tenemos es peligrosísimo”, sentencia. En esta entrevista repasa el lugar de la ciencia y de los científicos de hoy y de ayer, el rol de la divulgación científica y la necesidad de reflexionar y cuestionar supuestos sobre los que se erige buena parte del desarrollo de nuestras medicinas, computadoras, smartphones, test genéticos para predecir enfermedades y demás lindezas de las sociedades del tercer milenio.
–¿Por qué le parece importante la divulgación científica, que el público lego o no experto sepa acerca de la ciencia?
–Me parece importante la divulgación, o el “conocimiento público sobre la ciencia”, porque no pueden decidir únicamente los científicos sobre los sentidos del desarrollo tecnocientífico, sólo porque tienen una parte importante y significativa del saber, absolutamente necesaria para discutir hacia dónde vamos, pero no suficiente. Qué vamos a hacer con la energía nuclear o con los organismos transgénicos no lo puede decidir únicamente la comunidad científica, que, además, tampoco es algo homogéneo. No todos hacen ciencia con la misma finalidad o el mismo sentido, aunque trabajen en el mismo campo. Fritz Haber y Otto Hahn no son lo mismo que Max Born (los tres científicos ganaron el Premio Nobel). Max Born era muy jovencito y se negó a trabajar en la guerra química, quiere decir que uno no está obligado a hacerlo. Las perspectivas con las que los científicos trabajan son distintas, y esto también hay que darlo a conocer. Claro que esto no quiere decir que el enunciado que dice que el ADN porta la información genética sea política. La ciencia es una actividad que implica una organización institucional, que implica una relación con los poderes políticos e industriales, todo eso hace a la vida del científico, no sólo el estar en el laboratorio. Que el desarrollo técnico-científico puede ser necesario para lograr soluciones es indiscutible, pero ese desarrollo técnico-científico puede ser leído de diferentes maneras. Entonces, es un riesgo enorme que coloquemos la idea de que podemos solucionar el problema de la exclusión social, de la distribución de la riqueza, o de la energía, con nuevos desarrollos tecno-científicos. Aunque es cierto que la historia moderna resolvió muchos problemas con avances tecnológicos. Entonces, esa ilusión no es una ilusión descabellada, surgida de la imaginación, tiene algún asidero en la historia moderna.
–¿Cómo le parece que se está divulgando la ciencia hoy?
–No acuerdo con la mayoría de las cosas que se hacen en divulgación científica, porque hay una perspectiva publicitaria, propagandística, sin promover ninguna reflexión. Lo que se hace es provocar casi un acto de admiración sobre la ciencia, que de por sí es una actividad muy compleja, con significados sociales y políticos diversos. Con lo cual, para mí no se trata de crear un acuerdo a modo de espectáculo en el que todos los espectadores aplauden. Me parece que ésa es la perspectiva hoy dominante, y en ese aspecto publicitario se termina promoviendo una forma de ignorancia, no una forma de saber o conocimiento. De hecho, cuando hay tanta preocupación por la generación de vocación hacia la ciencia, justamente la perspectiva publicitaria la erosiona, primero porque plantea un perspectiva de divertimento que no es cierta, porque el estudio requiere muchas virtudes, y una de las cuestiones que está ausente es el divertimento, puede existir la pasión, el interés, un deseo profundo, intenso, un compromiso importante, convicción, pero no es el divertimento lo que convoca. Pero además en esa perspectiva publicitaria percibí en muchas obras y realizaciones maltrato hacia el espectador, hacia el otro con quien debería dialogar, promoción de prejuicios de género.
–¿Un ejemplo?
–Un libro de (Marcelino) Cereijido, Hacia una teoría general sobre los hijos de puta, es un compendio de prejuicios de género, pero ha sido elogiado académicamente, y esto genera preocupación, porque pareciera que aquello que se dice sobre la ciencia automáticamente debería ser elogiado, y pareciera que criticar es colocarse contra la ciencia, lo cual es una falacia. Me preocupa ese cientificismo casi de espíritu religioso, casi inquisidor, en la defensa de un conocimiento científico que, si uno quiere, es contradictorio con los propios compromisos epistémicos que la actividad científica asume.
–¿Cómo ve actualmente el tema de la enseñanza de la ciencias en la escuela?
–Me parece que una primera dificultad es que la enseñanza sigue siendo fuertemente instrumental. Esto no quiere decir que la enseñanza instrumental no tenga valor, lo tiene, porque yo necesito de esas herramientas, pero no pueden ser un fin en sí mismo. La ciencia aparece totalmente desvinculada del devenir histórico. De hecho, en la historia que se estudia en la escuela, la ciencia parece tener poco valor como hecho histórico. En los cursos de ciencia, la ciencia es a-temporal y a-espacial, ése me parece que es el principal problema. La ciencia, en ese afán de objetividad, está poco problematizada, poco politizada, y ahí es donde muchos chicos quedan fuera del interés. Se trata de revertir eso hablando de la ciencia en la vida cotidiana, al estilo de “¿sabés por qué pasa tal cosa o pasa tal otra?”, y creo que eso no tiene ninguna virtud, creo que no existe la ciencia en la vida cotidiana. Justamente, hay que salir del ámbito más ordinario para construir un ámbito extraordinario de reflexión histórico-política sobre la ciencia, y esto no tiene que implicar relegar el saber instrumental. Si voy a hablar de genética, en algún momento tengo que saber hechos instrumentales, tengo que saber qué es el ADN, cómo está escrita la información genética. No puedo hacer un análisis de los significados de la actividad científica imaginando que lo puedo sostener desde la ignorancia de estos saberes instrumentales. Poder hacer un cálculo en el ámbito de la física tiene un valor, la matematización de los fenómenos naturales ha sido un logro intelectual notable, y esto debe poder ser dominado, en la medida de lo posible, aunque no todos lo van a lograr, y éste es el otro problema. Hoy la escuela tiene una diversidad de alumnos, que es un tema difícil de resolver. Incluir es complejo, pero creo que es una obligación, la escuela no puede ser excluyente. La inclusión implica poner en juego para todos, pero no quiere decir que todos lo van a tomar, sería casi ridículo que todos tomen un saber específico de un área.
–El término “científico” fue acuñado en el siglo XIX pero recién se impuso en el siglo XX. Hasta ese momento la distancia entre expertos y no expertos no era tan amplia como lo sería a partir del siglo XX. No siempre existió, por lo menos no de la manera en que se manifiesta actualmente, esa especie de “brecha” entre científicos y público general. ¿Cuál es el origen histórico y cuáles son los usos políticos de esta división?
–Stephen Jay Gould, que es un biólogo evolucionista, creo que uno de los más interesantes divulgadores modernos, dice que cuando él les daba a sus alumnos El origen de las especies, los alumnos después le pedían el “escrito académico” de Darwin, pero no había tal escrito. El origen de las especies es a la vez el “escrito académico” y el escrito dirigido al gran público. Pero por supuesto que hay un momento en el que hay una profesionalización del desarrollo científico, es decir que empieza a ser un trabajo remunerado, sostenido por el Estado o por empresas, entonces esto implica un cierto desarrollo institucional, y a su vez la ciencia empieza a tener un gran desarrollo que requiere de grandes inversiones económicas, y el científico pasa a ser un trabajador profesional, que recibe una remuneración, premios, toda una serie de reconocimientos que hacen a este desarrollo profesional. Por lo tanto, se empieza a exigir una cierta línea que garantice la eficacia de ese trabajo, empieza a ser diferente, empieza a haber un escrito que es profesional, la ciencia se vuelve más abstracta en el sentido de que son teorías que quedan menos vinculadas a conceptos que se pueden desarrollar desde otras áreas del saber o desde el propio devenir como sujeto pensante en la cultura, entonces se hace más complejo comprender. Por otra parte, la ciencia tiene una explosión en el nivel de conocimiento que hace que incluso me pueda preguntar: ¿cuánta biología sabe un biólogo?
–¿Y cuál es la respuesta a esa pregunta?
–La respuesta es que probablemente sepa poca biología. Porque un biólogo sabe mucho de un cierto campo en el cual él trabaja, en muchos otros campos conoce poco, por supuesto que tiene un bagaje por el cual le resulta más fácil acceder a ese otro campo. Entonces, todo ese gran desarrollo institucional, complejo, la actividad científica como una actividad que requiere grandes inversiones económicas, todo eso ha generado este abismo, si uno quiere, entre una comunidad tecno-científica compleja, con empresas, industrias, universidades, institutos de investigación, y quienes no están vinculados a esto. Es un problema claramente moderno. Esto da origen al “divulgador”, al profesor de ciencias, al maestro de ciencias. Yo tomaría lo que dijo Henri Atlan, un médico y biólogo francés, que es interesante, porque eso que antes del siglo XX podíamos llamar divulgación científica era como una cultura ornamental, y en algún punto hoy es un problema político de los más relevantes. Y Carl Sagan decía que el gran de-safío científico del siglo XXI va a ser entender los significados de la ciencia. No sé si es el único desa-fío, porque sería un poco estrecho decir semejante cosa. Pero que la comprensión pública de la ciencia esté en el mismo plano que el desarrollo científico es un planteo interesante. El gran problema es confundir que esta comprensión pública de la ciencia la deberían hacer los científicos. Deberían hacerla los científicos más un montón de otros actores de otros campos que, preocupados, hacen un esfuerzo por entender eso.
Gran parte de la divulgación tiene la función de unificar en una visión del mundo algo que en el saber científico está disperso en diferentes disciplinas, y ése es un problema para la divulgación, y es interesante discutirlo.
–Todavía está bastante difundida la idea de una “ciencia neutral” o “ciencia martillo”, que puede usarse para hacer el bien o el mal. ¿Cómo le parece que se puede discutir con esta idea?
–La mejor forma de discutir con esta idea es mirar la historia, la historia impide usar la ciencia como ciencia martillo. De hecho yo escuché decir que la ciencia hace mejores a las personas, es el viejo ideal de que el conocimiento hace mejores a las personas. Yo querría que fuese cierto, pero no es cierto. El conocimiento, en última instancia, podría hacer más responsable a la persona, en el sentido de que no puede aducir ignorancia en los actos que comete, pero no la hace mejor, toda la historia desmiente esto. Incluso teniendo las mejores intenciones. Yo pongo siempre el ejemplo de los eugenistas, aquellos que promovieron la mejora genética de la especie humana. Esto lo dice François Jacob, un biólogo francés, que asociamos la eugenesia con el nazismo, pero es falso. Provino de sectores que llamaríamos de la izquierda, progresistas, interesados por el bien público, desarrollado en países democráticos, y tenían las mejores intenciones, pero nadie creyó que debían hablar con la población, que los demás actores debían intervenir, sino que el bien se decidía internamente desde el propio saber científico. Ninguna actividad humana es neutral. Confundimos la ciencia con una descripción de fenómenos naturales. La ciencia en sus decires porta imágenes del mundo. La tecnología no es neutra. Yo defiendo la objetividad de la ciencia, pero no es la objetividad de “yo saco una foto del mundo tal cual es”, sino que se trata de enunciados teóricos y diseños instrumentales y técnicos que con el tiempo adquieren una validez que está más allá del sujeto que lo enuncia. Pero de todas formas siempre eso está inmerso en una matriz político-cultural. Yo creo que ésa es una de las peleas más significativas que hay que dar, porque la ciencia-espectáculo es una ciencia que se imagina neutra y objetiva, y la imagina mejorando al mundo, imagina a los científicos como mejores personas. Es un enunciado peligroso para la democracia decir que los científicos son mejores personas por ser científicos, porque esto me llevaría a un gobierno aristocrático: que nos gobiernen los mejores.
–En muchos de los textos divulgativos que escribió abordó varios temas críticos, como por ejemplo el problema de la experimentación con animales (El medio interior), en el que pone en cuestión, por ejemplo, los postulados del especismo. ¿Por qué le parece importante dar este tipo de discusiones?
–Cuando uno escribe libros sobre estas temáticas creo que la única virtud del libro es problematizar el tema, no que el lector comparta mi posición, aunque a mí me parece legítimo generar una discusión proponiendo una posición, no jugando a hablar desde un lugar neutral. Desde ese libro yo defiendo una cierta perspectiva sobre la experimentación con animales, la defiendo con vehemencia, con convicción, lo cual no quiere decir que no tenga puntos criticables, e inclusive que pueda ser criticada hasta la demolición. A mí eso no me preocupa, al contrario. Yo escribí El medio interior porque me preocupaba que no se discutiera este tema. ¿En qué sentido? Pareciera que hay temas que no deben ser tratados porque son problemáticos, políticamente incorrectos. Está muy bien decir que no se debe experimentar con animales, pero esto tiene un costo sobre el desarrollo de la medicina, sobre la posibilidad de curar. Si yo desarrollo un medicamento y no experimento con animales, ¿con quién experimento? Seguramente el primero que lo use es objeto de experimentación inevitablemente. No existe esa solución ideal de “no experimentemos con nadie”, porque eso es falso, no puede ser, o no tenemos medicamentos, lo cual puede ser más cruel que la experimentación con animales.
–¿Cuáles son las consecuencias de la experimentación con animales?

–Efectivamente tengo que establecer una separación entre lo humano y lo animal. Yo defiendo esa separación, pero no quiere decir que yo tenga razón ni que mi defensa sea totalmente inobjetable. Lo que yo digo es: llevado a un extremo –y lo llevo al extremo porque el extremo tiene un aspecto más pedagógico donde el problema se ve con más claridad–, el amor a los animales, si bien no promueve el odio a ciertos grupos humanos, no lo inhabilita ni lo bloquea, deja el campo abierto. Esto lo dice Luc Ferry, un biólogo francés que trabajó bastante este tema. Hubo un momento en el que el tema del amor a los animales, en el contexto de la Alemania nazi, en donde se defendía una idealización de la naturaleza como un estado de perfección y equilibrio, terminó llevando a la idea de experimentar con seres humanos, porque algunos humanos entraban dentro del campo de la degeneración biológica. Claro que esto que digo no significa que cualquier persona que defienda el derecho de los animales esté en este campo, y además el derecho de los animales es muy amplio y muy diverso, porque los animales no son todos iguales.

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